miércoles, 4 de julio de 2012

Animarse a volar.


Y te gusta el porno, a ella también, de verdad, pero a escondidas y con un anillo vibrador. Te has estancado en el siglo XVIII, tienes un guerrero nivel 41 en Azeroth, un paladín, un druida y tienes acné, y no eres lo que se dice muy alto –como yo-.
Hace ya tiempo que no te atraen los maniquís del Zara –aunque los de Bershka siguen teniendo un buen culo- y hablando de culos, te lo vas a operar, no aguantas las comparaciones entre tu trasero y una tableta de chocolate Nestlé.
No obstante has sacado el inhalador del asma del bolsillo y te has acercado a su mesa del Telepizza.
Ella está buena desde que tiene uso de razón y razón no le faltaba al pediatra, al médico y al ginecólogo cuando se contentaban en sus revisiones rutinarias, y además, no ha dicho en su vida que sí, aunque al delantero del equipo, al camello del pueblo y albañil veinteañero les dejó el polvo de consolación, pero nada, que sus amigas no le dejan enamorarse. Los amigos le duran semanas, se le declaran, los rechaza y dejan de hablar. 
 Ella no se acabó de comer el Dorito, mordió un vértice y dejo caer sobre el parqué el resto del sabroso triángulo de queso artificial, te miro primero como si fueses tú el que estabas bromeando y unos segundos después fue ella la que se empezó a mofar de ti a carcajadas.
-          Tienes la goma del aparato rosita.
-          Sí. Respondiste cabizbajo tartamudeando. 

Y se le cruzaron los cables, o mejor dicho el circuito entero.
Y te besó, mientras hiperventilabas y dejabas tu halitosis sobre el seno bucal de aquella preciosa figura perfumada con Chanel Nº5, ante la mirada atónita de las diosas sexuales del instituto –próximas barrenderas- y  de tus amigos, que te animaban en una congestión de tos y aplausos.
Nunca confiamos en la confianza, ella nos ofrece su azaroso destino y nosotros nos destinamos a esperar su llegada, tardía o inexistente.
Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.
Vomítame, vomítate, vomítanos.

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