Y te gusta el porno, a ella también, de verdad, pero a escondidas
y con un anillo vibrador. Te has estancado en el siglo XVIII, tienes un
guerrero nivel 41 en Azeroth, un paladín, un druida y tienes acné, y no eres lo que se dice muy alto –como yo-.
Hace ya tiempo que no te atraen los maniquís del Zara –aunque los
de Bershka siguen teniendo un buen culo- y hablando de culos, te lo vas a
operar, no aguantas las comparaciones entre tu trasero y una tableta de
chocolate Nestlé.
No obstante has sacado el inhalador del asma del bolsillo y
te has acercado a su mesa del Telepizza.
Ella está buena desde que tiene uso de razón y razón no le
faltaba al pediatra, al médico y al ginecólogo cuando se contentaban en sus
revisiones rutinarias, y además, no ha dicho en su vida que sí, aunque al
delantero del equipo, al camello del pueblo y albañil veinteañero les dejó el polvo de consolación, pero nada, que sus amigas no le dejan enamorarse. Los amigos le duran semanas, se le declaran, los rechaza y dejan de hablar.
Ella no se acabó de
comer el Dorito, mordió un vértice y dejo caer sobre el parqué el resto del
sabroso triángulo de queso artificial, te miro primero como si fueses tú el que
estabas bromeando y unos segundos después fue ella la que se empezó a mofar de
ti a carcajadas.
-
Tienes la goma del aparato rosita.
-
Sí. Respondiste cabizbajo tartamudeando.
Y se le cruzaron los cables, o mejor dicho el circuito
entero.
Y te besó, mientras hiperventilabas y dejabas tu halitosis
sobre el seno bucal de aquella preciosa figura perfumada con Chanel Nº5, ante
la mirada atónita de las diosas sexuales del instituto –próximas barrenderas- y
de tus amigos, que te animaban en una
congestión de tos y aplausos.
Nunca confiamos en la confianza, ella nos ofrece su azaroso
destino y nosotros nos destinamos a esperar su llegada, tardía o inexistente.
Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.Vomítame, vomítate, vomítanos.
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