Tienes 30
dientes y medio; 11 molares (7 con caries), 8 premolares, 4 caninos, 7 incisivos
y la mitad de un paleto, y te sangran las encías, además su color se acerca más al ocre que al blanco,
un premolar se disloca a la derecha y un canino a la izquierda y hacía arriba.
Pero no
te animaste a volar. Sí, leíste la anterior entrada, te reíste de mí y te quedaste
en casa bebiendo una cerveza con la pajita metida por el agujero de la parte
del paleto que te falta. Parece ser que no captaste el mensaje y eso que tienes
unas cuantas licenciaturas; el grado en probador de sofás, el grado en
observador de capítulos repetidos de “Aquí no hay quien viva”, “Aída” y “Los
Serrano”, y alguna otra, como el grado en liarse un cigarro, con una mano, en
menos de un minuto -estoy seguro que esa tiene muchas salidas laborales-.
Pero
bueno, a lo que iba, no te animaste a volar, y te has quedado en el suelo, te
has quedado sin vuelo y además no te han crecido las alas, y ahora ni estudias,
ni trabajas, ni me compras preservativos, y eso empieza a ser un problema.
Y
hablando de dientes, tienes la mandíbula dislocada -no tenías suficiente con el
tatuaje taurino, con el corte en la ceja o con ese peinado lamido -, das la mordida
unos centímetros más hacía fuera en la parte superior, y ahora has decidido
leerme, pero esta vez en serio, y te preguntas “¿Y qué tengo que hacer?”, a lo
que continuas, “Es que tú muchas palabras, pero luego no ayudas a nada, hablar
en vano es lo tuyo”.
Conformismo,
esa es la palabra, no hablo de cojines, colchones, ni almohadas, hablo de
buscar tu lugar, encontrarlo y una vez allí, no hacer nada, o hacerlo todo,
pero hay que volar para encontrarlo, hay que buscar para encontrar, tarde, o
temprano.
Dientes, cateto, eso es lo que tenemos para comernos.
Obra de
tal manera que trates a los demás como un fin y no como medio para lograr tus
objetivos.
Vomítame,
vomítate, vomítanos.