Y cerrabas los ojos, no para dejar de verla, si no para
poder sentirla. Y es que amas el aletear del cinturón de seguridad al tempo del
viento húmedo, coordinándose a su vez con el golpeteo de la puerta estropeada
de la guantera en el casete.
Habías llegado al cruce, y ella dijo “Por la autovía, que a
este ritmo no llegamos”, pero eres muy de llevar la contraria, y tomaste el
camino rural, el que tiene un suelo casi sin asfaltar, con apenas un club de
carretera en la cuneta –con alguna soviética de más-. Y así te has acostumbrado
a un ritmo lento, en el que al final llegas, pero llegas porque has aprendido
lo que tienes que hacer cuando se acabe el camino, de forma más sencilla, más
fácil y más asequible.
Dices por ahí que cada uno tiene un camino en la vida, y que
el tuyo desde luego no es una autovía, el cielo, o una autopista, ni siquiera un arcén. Apuestas por la tierra de la que estamos hechos, carreteras estrechas,
caminos rurales…
Hoy, en esta solana, propones carreteras secundarias.
Propones humildad.
La clave de la humildad es hacer y luego desaparecer.
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